dimecres, 12 d’agost del 2015

Tropezamos

Tropezamos. Tropezamos constantemente, con objetos, con ventanas, con la piedra que ayer te juro que no estaba, con la maldita puerta que se encariña del dedo meñique de mi pie por mi manía de andar desnuda -tambien de pies-. Tropezamos. A veces, inevitablemente, y nos caemos. Y bendigo en el después la capacidad de reírse de uno mismo... y de llorar. De llorar por dentro, de llorar por fuera, porqué en definitiva, este riego es alimento.
Tropezamos. A menudo con nosotros mismos. A los peldaños gaudinianos que conectan corazón y cabeza les gusta que veamos las estrellas... Te suenan, amor?
Yo los sigo subiendo y bajando, a diario, y aún sabiéndolos, a veces me caigo... Y me levanto magullada con la esperanza de acordarme mañana.
Tropezamos. Con libros que nos tambalean, con estrellas que caen a nuestro paso un invierno soleado... y con sonrisas. Con algunas sí, tropezamos, perdemos el equilibrio por un momento hasta que cambia el semáforo y al mirar de reojo te das cuenta que se ha esfumado. Y te pita el de detrás, con prisa por tropezar. Con algunas sonrisas, pasa... Con otras, en cambio, chocamos. Nos damos de bruces y no recordamos un dolor más dulce. Entonces sí, estrellas y fuegos artificiales !! Mejor dicho, fuegos reales, chispas y calambres... o no? Y hay quien hasta dice poder divagar por el cosmos de una sonrisa... A mi me gustaría enredar contigo por un universo así de extraño. Así, sin más nada que pensar. Y cuando amanezca, caer. Caer sin haber tropezado antes, será adictivo? Porqué digo yo, que allí dónde dicen divagar no habrá escaleras para bajar... quizás al abismo se baja en ascensor. Y se tarda días, quizás meses, o siglos en aterrizar. Porqué de tropiezos así, uno no se debe querer bajar...

© Nía Murtal

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